VALDERROBRES | CARMEN LORENTE

El pasado sábado, 26 de enero, se entregaron los premios del I Concurso de microrrelatos Festival Aragón Negro-Valderrobres, en un acto en el que primero pudimos disfrutar de un encuentro con dos de los componentes del taller de escritura de Pina de Ebro. Arrate Gallego y José Luis Miragaya nos transmitieron su pasión por escribir explicándonos como se ha desarrollado el proyecto al que pertenecen desde el principio.

Tras este encuentro se dio paso a la lectura de ocho microrrelatos, y al finalizar se descubrió quienes eran los ganadores.

Primer premio: “De vuelta al principio” de Marina García Moreno

Abro los ojos. Miro a mi alrededor sorprendida. Parece que estoy en la plaza mayor de un pueblo. Tengo enfrente un edificio antiguo de piedra con un portón viejo de color marrón. En su dintel, hay un cartel donde se lee Casa de viajeros de Enrique Blanc. De repente, la portezuela se abre. Poco a poco se va vislumbrando la figura de un hombre de aspecto serio y enjuto. “Bienvenida”-me dice con cortesía-. “¿Dónde estoy?”- le pregunto desconcertada- “porque lo último que recuerdo es estar en la cama enferma y…”. Dejo de hablar. Supongo que en fondo lo sabía pro mi consciente no quería aceptarlo. Me miro las manos. Han vuelto a ser jóvenes y suaves como antaño. El desconocido me dedica una sonrisa cómplice mientras se gira hacia dentro y grita “Preparen la mejor habitación. Doña Elvira de Hidalgo ya está aquí”.

Segundo premio: “Una muerte dulce” de María Garau Agustí

De tanto rozar los mismos recodos del tronco de ese olivo, día tras día, año tras año. Tanto recostarse a descansar en esos mismos relieves usados. Tanto apoyar y colgar sus enseres, sombreros y herramientas en esas protuberancias formadas en el torso vegetal… dos prominentes combas se habían despojado de su corteza y dejado al descubierto una piel de color miel, lisa y brillante.

Dos senos perfectos de mujer acunaban a Santiago cada vez que dormía envuelto en su borrasa al pie del árbol.

Y acariciando esos pechos turgentes pasaba las horas entre tarea y tarea.

Caían la noche y las estrellas sobre los campos de olivos y el Castillo mientras él seguía palpando y arrebujando esos globos veteados y pulidos.

Y así, una madrugada lo encontraron muerto y helado con el rostro encajonado entre los dos salientes y las manos pegadas por el hielo a las mamas del olivo.

Tercer premio: “La voz de las piedras” de Antonio Monfort Gasulla

Mientras subo por la cuesta hacia la iglesia, las piedras hablan. Oigo voces enterradas en muros centenarios, ansiosas por contarme una algarabía de historias. Vida. Muerte. Amor. Odio. Sangre. Fuego. Todo está ahí. Agazapado. Braman rugientes como un mar de lava bajo el polvo y los cantos empedrados. Esperan que escuche sus relatos, y esa magia les devuelva la vida que el tiempo les quitó, y enterró en el silencio.

Cuando el templo aparece, los ecos confluyen en los arcos góticos y las voces de sus figuras atronan. El pasado grita tan fuerte que me derrumbo y veo a la gente de ayer sangrando el trabajo que les ha permitido mostrarme cuan grandes fueron sus vidas.

Y de pronto lo sé.

El presente me ha mentido. No soy distinto. Solo soy otro acorde que intenta alzar la voz por encima del tiempo. Nada más. Nada menos.

Soy como ellos.

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