Por David Aldica y Claudia Echániz (Alumnos de 1º Bachiller del Colegio Santo Domingo de Silos, en Zaragoza).
La paz es un concepto aparentemente simple, pero profundamente complejo. Una niña china, un chico alemán, una mujer mozambiqueña o un anciano argentino tendrán ideas muy diferentes al respecto.
¿Es la ausencia de guerra? ¿Es no padecer desigualdades? ¿Es carecer de preocupaciones? Ante esta pregunta, las respuestas son múltiples.
Sostenemos que un mundo en paz debe garantizar la salvaguardia de los derechos humanos recogidos en la Declaración de Naciones Unidas en 1948. Sin embargo, varios informes de la ONU insisten en que más de ciento veinte países no tienen ningún reparo en saltárselos a diario. Como consecuencia, muchos de sus ciudadanos se encuentran en un estado de conflicto constante.
Vivimos en una sociedad marcada por la discordia y el enfrentamiento, donde es imperativo reflexionar sobre el verdadero significado de la paz y trabajar incansablemente para alcanzarla. La paz es un estado de equilibrio y justicia en el que todos los seres humanos son capaces de florecer y alcanzar su máximo potencial. Es un derecho inalienable que debe ser alcanzado a través de la solidaridad, la tolerancia y el amor.
Los seres humanos nos diferenciamos del resto de especies de la Tierra por nuestra capacidad racional. Sin embargo, no todos nuestros actos manifiestan esa supuesta superioridad. Las guerras y conflictos motivados por la búsqueda de poder o intereses económicos son claros ejemplos de nuestras irracionalidades.
Actualmente solo ocupan espacio mediático dos guerras: la de Rusia y Ucrania y la de Palestina e Israel. No obstante, están en curso un total de cincuenta y seis conflictos armados, el más longevo es el enfrentamiento entre Pakistán e India, que en 2024 cumple setenta y ocho años.
No podemos conformarnos con vivir en la ignorancia. Debemos exigir mayor visibilidad para estos conflictos. El desconocimiento, la incultura y el analfabetismo son mechas en las que el odio prende con facilidad. Por eso, abogamos por un esfuerzo decidido por la educación y la cultura como armas de paz.
Como humanidad, debemos comprometernos a llegar a un consenso, a dejar atrás nuestras diferencias y a abandonar nuestra mentalidad individualista. Es fundamental proponer acciones concretas que los individuos y las comunidades puedan llevar a cabo para promover la paz en sus vidas cotidianas. Esto implica
cultivar un entorno de diálogo abierto y respetuoso, fomentar la empatía y buscar activamente soluciones pacíficas a los conflictos.
Tenemos que condenar cualquier tipo de violencia y recurrir a la palabra mediadora y al diálogo sincero, como herramientas de entendimiento. Asimismo, debemos apoyar y colaborar con organizaciones dedicadas a la promoción de la paz, la educación, la justicia social y los derechos humanos. Esto puede marcar una diferencia significativa en la construcción de un mundo más pacífico y equitativo para todos. Este es nuestro deber como sociedad.
Mahatma Gandhi d o: “No hay camino para la paz, la paz es el camino.” Con su ejemplo, dejó claro que la paz es un proceso continuo, un viaje constante que implica acciones y decisiones conscientes en la vida diaria. No se trata sólo de alcanzar un estado estático de bienestar, sino de mantener una actitud y un comportamiento pacífico en todas las circunstancias de la vida.
La paz no es sólo un ideal lejano, sino una necesidad urgente que debemos perseguir incansablemente. En un mundo donde la violencia y los conflictos persisten, es nuestra responsabilidad individual y colectiva luchar por un cambio hacia un futuro más pacífico y justo para todos.