ZARAGOZA | JUAN MARI SAURAS
FOTOS | ÁLVARO SÁNCHEZ
El Festival Aragón Negro se engalanó para recibir a sus invitados de honor en una noche durante la cual los muros del Teatro Principal de Zaragoza refulgieron bajo el brillo del fastuoso ambiente, y temblaron ante la potente voz que se alzó al unísono contra las injusticias que aquejan la sociedad.
Levantada en torno al ideal de lucha contra la desigualdad, la V Edición del certamen cultural, convertido en uno de los eventos más importantes y reconocidos tanto en tierras aragonesas como en la generalidad del Estado español, coronó su propia obra a través de los testimonios de sus más importantes paladines, que desfilaron por el escenario en busca de los diferentes premios con los que fueron galardonados por su meritoria aportación al campo de las letras.
A través de sus intervenciones, se conformó una sinfonía arrebatada y ajena a cualquier claudicación que buscaba la denuncia de las sombras que acechan en los rincones del tejido humano. Una composición cuyas primeras notas tocó David Llorente, quien acompañado por su editor Gregori Dolz definió a su novela “Madrid: frontera”, depositaria del premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón, como un grito de protesta, testimonio y denuncia. Un libro catalogado por muchos de distópico pero que, como bien recordó el fundador del sello Alrevés, “habla sobre la realidad de hoy en día”. La voz rebelde de Llorente, plasmada también en su rompedor estilo, finalizó su alegato con una reverencia ante la literatura y la novela negra en particular, a la que deseó que “nunca volviese a cerrar una librería y que la novela negra continúe siempre viva”.
Pero la justicia también necesita de la verdad para existir, para lograr sus objetivos, para plantar semillas fértiles que puedan germinar. Una escurridiza musa que Francisco Pérez Abellán, galardonado con el premio “El mejor de los nuestros” ha perseguido durante toda su carrera. Un caso excepcional en un mundo banal, como lo definió Juan Bolea, el veterano periodista ha intentado durante toda su carrera “convertir en novela negra lo que debería ser historia” al investigar y difundir muchos de los crímenes que han escrito con sangre las notas a pie de páginas que adornan la crónica española. Impulsado por la máxima de que cualquier crimen tiene solución, Abellán anima a todo el mundo a confiar en sus propias capacidades para desenmascarar la realidad tras el velo del tiempo y el misterio: “la verdad no sólo os hará libres, sino que también os hará felices”.
Si David Llorente y Pérez Abellán habían representado el valor de conceptos como la veracidad o la resistencia ante las afrentas de un mundo injusto, Teresa Perales bien pudo representar la fuerza requerida para defenderlos. Convertida en un símbolo de superación y esfuerzo, la nadadora paraolímpica acaparó todas las miradas tras ser presentada por Laura Latorre, parte del equipo del FAN. Con voz firme y decidida, la atleta zaragozana leyó un manifiesto a favor de la integración que doblegó la atmósfera del recinto bajo la sinceridad que transmitían sus palabas. “Sobran egoísmos y faltan impulsos”, decía Perales.
Mientras los gobiernos cierran las fronteras y recortan los recursos puestos al servicio de la población, “el individualismo avanza imparable” en una carrera destructiva contra la cohesión social y el espíritu solidario. En su creencia de que “cada miembro de la sociedad debe ser libre e igual a los demás” y “la inclusión es un signo de riqueza cultural que nos hace crecer”, remarcó el compromiso de los firmantes del texto por enfrentar las infamias que impiden crecer juntas a las personas, en pos de una sociedad que otorgue las mismas oportunidades y entierre las simas en las que caen quienes no gozan de ciertos privilegios o derechos. Un trabajo que, pese a ser enunciado por una sola mujer, incluye a todos para conjugar la voluntad que impulse el cambio.
El telón estaba presto para bajarse. Sin embargo, aún debía hacer su aparición un último invitado, uno de los escritores de novela negra más importantes y aclamados. Leonardo Padura, “cubano por los cuatro costados y al mismo tiempo ciudadano del mundo”, apareció en el escenario con el aire tranquilo y parsimonioso que le caracteriza, pequeña manifestación exterior de un carácter humilde ajeno a los arrebatos grandilocuentes del éxito. El hijo pródigo de La Habana ha escrito algunas de las mejores novelas negras en castellano, y únicamente la pasión con la que departió sobre la literatura sobre su anfitrión Juan Bolea podría dar pistas de su categoría como escritor.
En cambio, él optaba por proyectar su personalidad sobre la de Mario Conde, detective protagonista de varios de sus libros y trasunto de esa parte de su creador que pertenece solo al barrio y la ciudad en la que vivió, y de la que no planea irse: “me encantaría vivir en España. Me siento como en casa aquí. Pero he ahí el problema; mi casa está en La Habana”. Pese a las severas transformaciones que ha experimentado su vida, Padura no ha renunciado a quién es ni ha olvidado de donde viene, y al igual que su querido investigador conserva ese grupo de amigos de siempre que encarnan el “carácter gregario de los cubanos”, y que distancia a Mario Conde de la umbría figura del detective privado al que acostumbra la novela negra. En ese sentido, posee un fuerte humanismo que lo impele, como “testigo de una época muy particular de la historia de Cuba”, a afrontar una responsabilidad para con la sociedad a través de la literatura. Por ello, puede afirmar orgulloso que “no hay mentira alguna en mis libros. Podré equivocarme, pues no existe verdad absoluta y mis verdades pueden no llegar a serlo totalmente. Pero nunca he mentido”. Es fácil vislumbrar esta pasión entre las páginas de libros como “El hombre que amaba a los perros”, una brillante aproximación a la figura de Ramón Mercader que supuso cinco años de trabajo en busca de una historia en la que, como él relataba, “todos mienten”.
Con una trayectoria así, ¿qué es lo que más puede enorgullecer a un escritor? Las palabras de Leonardo Padura no dejar claroscuro alguno: “en ‘La novela de mi vida’ conseguí decir lo que quería de la mejor manera posible. Y para un escritor, no hay mayor logro”. Una vida humilde en sus juicios, destacada en sus logros y sostenida por un esfuerzo de superación constante, que ha dado lugar a algunas de las obras más hermosas del género negro. Y al suave son de la canción, baja el telón.