DAROCA | JUAN BOLEA

Una de las pocas veces que he ascendido a los altares fue en la colegiata de Daroca cuando me hicieron mantenedor de las fiestas y pude hablar desde el altar, con el consiguiente transporte. Vuelvo ahora a Daroca con Carmen Posadas para presentar su nueva y seductora novela, La leyenda de la Peregrina. La colegiata acaba de abrir y entramos a la capilla de los Corporales acompañados por el alcalde, Álvaro Blasco, muy defensor de la actividad cultural, por mosén Sergio y por una hermana, Juana, mexicana, a la que le gustan mucho Chesterton y las aventuras del padre Brown.

Delante de los Corporales, junto a los maravillosos relieves góticos de la capilla, Carmen Posadas experimenta una de esas sensaciones que tanto nos gustan a los autores, la de que está sucediendo algo insólito, mágico, tal vez el comienzo, o el final, de una historia que deberíamos escribir.

La mía, lógicamente, se titulará como este artículo, La monja que leía a Chesterton pero la hermana Juana ha desaparecido de pronto, entre el perfumado humo de las candelas del templo, y no puedo preguntarle si ha leído también a Papini, otro de mis autores favoritos, gran comunista, gran pecador, finalmente gran cristiano, coincido con mosén Sergio, que lo conoce y ha leído bien.

A los autores de novela histórica, y más a aquellos que, como Carmen Posadas, poseen el encanto y la sensibilidad de un Ruskin, el encuentro directo con el pasado, con las piedras, los altares, las reliquias, las tumbas, los pergaminos o todos esos legajos, inventarios de joyas, documentos de compraventa que Carmen ha tenido que consultar para reconstruir el rastro de los quinientos años de vida de la perla Peregrina, los sumerge en un trance o dimensión telúrica de una interpretación artística del tiempo, de modo que, gracias a su don, pueden deslizarse, como sigilosamente hace Carmen, en la Corte de Felipe II, que fue dueño de la Peregrina, o en la de Carlos II el Hechizado, que también tuvo la maravillosa perla en sus manos, aunque de nada le sirvió ni le curó.

Además de sus murallas e iglesias, y de la monja que leía a Chesterton, hay en Daroca muy buena gente. Cuando vayan a la biblioteca y conozcan a Mamen Sebastián y a su equipo cultural me darán la razón

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