ZARAGOZA | JUAN MARI SAURAS

El Festival Aragón Negro siempre ha mantenido una estrecha relación con la muerte. Los artífices de algunos de los más atroces crímenes de la literatura noir han escrito sus propias líneas en esta historia de tinta y sangre. Sin embargo, pocas veces los asistentes al FAN tuvieron la oportunidad de contemplar el mismo rostro de la muerte. O sus rostros. Los que el afamado galerista Ricardo Ostalé mostró durante la inauguración de la exposición “La Máscara Mortuoria de Julio Antonio” en la Galería Los Sitios.

En una atípica mezcla de disciplinas y enfoques ideada por la asesora cultural del Festival, Jana Catalán, la muestra sitúa diferentes trabajos artísticos realizados sobre papel con técnicas diversas, con el retrato mortuorio del fallecido escultor tarraconense como centro y pilar maestro de la exhibición. Ante tales circunstancias, y con la sombra de la Parca planeando como una invitada más al evento, Ostalé introdujo al público en el misterioso mundo de las máscaras y sus significados. Unos “pasaportes a la fantasía y la imaginación”, en palabras del director del FAN Juan Bolea, que de nuevo hizo acto de presencia para presentar el acto. Tal definición resultaba acertada a tenor de las explicaciones vertidas por el experto anticuario, que relató como “la máscara siempre representa transfiguración. En el animismo por ejemplo es un lazo de unión con el más allá. Cuando alguien porta una máscara adquiere las cualidades que el objeto representa”.

En lo que respecta a las máscaras mortuorias, Ostalé explicó que estas se diferenciaban de las funerarias, las cuales forman parte de la liturgia fúnebre, en que perseguían el más cercano objetivo de conservar un recuerdo del difunto, como “una cuestión de representación para la posteridad”. Con famosos personajes, tales como Robespierre, también permitían una certificación de la muerte esencial para el organigrama social tejido a su alrededor. Y es que como explicaba el galerista, si bien a día de hoy “vivimos en una sociedad vitalista en la que dejamos la muerte al margen, no siempre fue así. En tiempos anteriores la muerte estaba mucho más próxima, se convivía a su alrededor. Y en las sociedades antiguas constituía una fase de transición”.

Las máscaras, la muerte y la ciencia, o lo que pretendía hacerse pasar por ella, también supieron aunar fuerzas en la invención de la fisiología durante el S.XVIII: una disciplina que pretendía analizar la personalidad de los individuos a través de los rasgos faciales. Para tal objetivo, se solían obtener unos moldes que reproducían el rostro de los criminales, de forma que fuese posible detener de manera preventiva a las personas cuyos rasgos coincidiesen con los catalogados como “delictivos”. Lo cual supuso un buen número de injusticias en forma de arrestos arbitrarios de personas inocentes, como bien señaló Ostalé de esa suerte de “Minority Report” atávico.

Como curiosidad última y prueba de cómo cambia la percepción de la muerte según la época, el ponente se refirió al curioso caso de “la máscara de la chica del Sena”: una reproducción del rostro de una joven cuyo cadáver fue hallado en el río de la ciudad de París. El forense, prendado por la belleza de la muchacha, obtuvo una máscara mortuoria de la misma que a posteriori fue difundida por toda Europa y se convirtió en una pieza ambicionada en extremo por los coleccionistas. Más aún, la anónima fallecida se convirtió en un epítome de hermosura y un modelo a seguir para las jóvenes del Viejo Continente. Una prueba más de que el abrazo que une vida y muerte es más firme de lo que muchos querrían pensar.

La exposición estará abierta hasta marzo.

FOTOS | FESTIVAL ARAGÓN NEGRO

 

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