ZARAGOZA | REDACCIÓN

Una ciudad del interior peninsular. Un pequeño negocio de hostelería. La dueña de una casa de comidas, el pinche y la repostera, se reúnen como todos los días en el vestuario antes de entrar en la cocina. Es verano y huele a vacaciones. Pero tendrán que tomar una decisión que marcará sus vidas para siempre.

Sin Reservas es una comedia negra. Podría ser una tragedia muy fresca, pero la vida ofrece tantas oportunidades para que se produzca un drama que hemos preferido teñirla de humor. Al utilizar la poderosa herramienta del humor nos tratamos con respeto, y de paso también con cierta ternura.

Sin Reservas es la historia de «Azucena», la repostera, una víctima que decide tomar las riendas de su vida, dando lugar a un desenlace tan solidario como inquietante. La trama se desarrolla en la casa de comidas de una mujer curtida donde las haya. Esa mujer se llama «Begoña», y la emprende a diario con su negocio, con su hija, con la abuela, con su cuñado y con todo lo que le pongan por delante. Lo normal es que llegue a casa hecha polvo y caiga rendida en el sofá, donde siempre le atrapa el sueño en una bofetada de cansancio.

Sin Reservas también es la historia de «Marcos», el pinche, el chico de los recados, el eterno eventual que camina sobre la cuerda floja. Es la historia de nuestra juventud, que va saliendo del paso mientras se labra un porvenir.

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