CONVIVENCIA Y CULTURA
Asistimos en la actualidad a un paisaje de crispación cotidiana, un escenario que nunca se ha mostrado tan complejo porque jamás la realidad ha sido tan confusa: lo virtual convive con lo tangible, los hechos se ven sepultados por discursos y noticias artificiales, las redes sociales permiten el surgimiento de infinitas voces que son a menudo simples ecos, manifestaciones vacías que se cuelan en nuestras vidas sin pedir permiso. ¿Qué fue del silencio? Solo hay ruido a nuestro alrededor. Nunca ha resultado tan arduo entender nuestro mundo, vivirlo de forma pacífica. En medio de esta atmósfera, de este ritmo frenético de los acontecimientos, formulamos un interrogante con la desesperación del náufrago que busca un asidero entre las olas: ¿dónde queda la cultura?
Albert Camus afirmaba que, sin la cultura, la sociedad, por perfecta que sea, no es más que una jungla.
La convivencia resulta inevitable en medio de una ciudadanía culta. Una sociedad que no protege y fomenta la cultura está condenada al conflicto, y por eso mismo reivindicamos su visibilidad desde todos los ámbitos: el educativo, donde, más allá de los contenidos curriculares, deben ganar presencia en las programaciones el arte, la literatura, el cine, la música, el teatro… como recursos muy valiosos a la hora de enseñar, de explicar la realidad a los jóvenes y de estimular su capacidad de interpretación. Y la cultura, ahora que tanto se habla de imponer límites, es incompatible con las barreras, con los matices, con las precauciones mal entendidas. La cultura exige audacia, libertad de movimientos. Requiere la indagación. No hay persona culta que no sea curiosa, que no se deje arrastrar por sus inquietudes. Solo adquiere cultura quien se rebela frente a su pequeña parcela de realidad, quien no se resigna, quien se atreve a ir más allá. Y ese apetito explorador se puede y debe alentar desde las instituciones, los colectivos, la empresa, la familia, los centros educativos… Es nuestra responsabilidad.
Queremos una sociedad de ciudadanos curiosos, con espíritu crítico, que no se conformen. Queremos vernos rodeados de personas que huyan de los prejuicios, que descubran por sí mismas. Es decir; ciudadanos de pensamiento libre. Y esto solo se consigue dando protagonismo a la cultura y a la educación.
Reivindicamos también la visibilidad de la cultura desde el ámbito de los medios de comunicación, que a menudo escatiman su espacio frente a otros contenidos menos relevantes y esquivan su compromiso a la hora de construir una opinión pública con criterio.
Reivindicamos asimismo una mayor visibilidad de la cultura desde el terreno político, tradicionalmente esquivo a la hora de apostar por ella, incapaz de vislumbrar la rentabilidad a largo plazo que ofrece. Ha llegado el momento de estrategias nuevas, de apoyos sólidos para lograr un futuro conciliador.
Convénzanse: un país culto es un país mejor para vivir. Una ciudadanía culta se vuelve empática, inmune a los extremismos, se protege frente a manipulaciones de toda índole, permite el desarrollo de talentos y genera climas pacíficos.
Reivindicamos espacios para el silencio, para la contemplación, para el disfrute del placer estético y la reflexión, para la creación artística.
Reivindicamos, en definitiva, el poder de la cultura como herramienta para favorecer la convivencia en la sociedad.
La actualidad nos lo demuestra: nada sale más caro que no apostar por la cultura y la educación.
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Zaragoza, a 21 de enero de 2020