ZARAGOZA | JUAN MARI SAURAS
El Festival Aragón Negro, en su esfuerzo por abrazar las causas sociales como una parte fundamental de su propia idiosincrasia, eligió la integración como uno de los ejes temáticos que sostienen su V Edición. Tal vez por eso resultaba tan importante que dentro de la programación de este nuevo ciclo figurase la presentación de la última novela de Alfonso Mateo Sagasta, ‘Mala hoja’. Una viaje a la Cuba colonial del S.XIX y a una sociedad donde la esclavitud medraba como una bestia sedienta y nunca saciada.
Sagasta se ha convertido por méritos propios en una de las plumas más condecoradas de la ficción histórica nacional. Su pertinaz empeño por dotar a sus obras de una verosimilitud a prueba de balas y su esmerado estilo le han valido galardones como el Ciudad de Zaragoza, el Caja Granada o el premio Espartaco concedido por la Semana Negra de Gijón. En su nueva incursión en busca del pasado, el reconocido autor se adentra en la ciudad de La Habana para encontrar la miseria despiadada de la esclavitud. Sin embargo, este viaje no se inició motivado por un deseo expreso de explorar dicha temática, tal y como contaba el escritor: “En una feria de tabaco en Santo Domingo oí hablar a algunos maestros artesanos sobre la preparación de los puros, y me pareció un mundo muy curioso y exótico. Después de eso sentí la inquietud de escribir una historia que tuviese que ver con el tabaco”. Como si de un juego de matrioskas se tratara, la búsqueda de un escenario apropiado le llevó a la Cuba aún en manos españolas, la joya de la corona de ultramar.
Pero lejos del oropel y la belleza de una sociedad sublimada por las riquezas que generaba el comercio de azúcar, el “oro blanco” del Caribe, lo que acaparó la atención de Alfonso fue el sometimiento de unos seres humanos por otros. “A medida que progresaba, el mundo de la esclavitud me parecía tan potente que se iba comiendo la novela”. El propio autor recordaba a los presentes que España fue el último país en abolir dicho sistema, defendido por figuras como la Reina Regente o la Iglesia, que poseían intereses en los negocios implantados en la isla. Jesús Egido, creador del sello Reino de Cordelia y editor de la obra, recordaba que “muchas de las fortunas que se crearon en aquella época siguen consolidadas en la actualidad”.
Construida a través de la conversación que mantienen dos desconocidos, la novela constituye una aguda mirada a una sociedad “completamente impregnada por la esclavitud”. Pero también cuenta con un sorpresivo elemento romántico al confluir dentro de la narración principal las historias de amor de los dos contertulios, lo que añade una dimensión más al libro y otorga al lector una conexión más profunda con el trasfondo en el que se mueve el relato. Alfonso también destacó su apuesta por un “retrato amoral de ese mundo. Es al lector a quien le corresponde juzgarlo desde su punto de vista. Es él quien tiene una visión crítica”. En cuanto al tercer protagonista de la trama, La Habana, el literato recordaba la pujanza de una ciudad capaz de competir con la Nueva York de la época, y que ha conservado casi intacto el patrimonio de aquellos años. “Pero pese a la belleza de la ciudad, era un mundo miserable”, opinaba.
Tabaco, riqueza, sentimiento, esclavitud, muerte. Esas son las piezas de “una historia de amor que puedes leer mientras te lees un puro. Una historia para deleitarse”.