ZARAGOZA | JUAN MARI SAURAS

La película, dirigida por Howard Hawks, es uno de los grandes clásico del cine noir

Una de las pocas maneras que podrían hacer que los críticos de cine olvidaran sus diferencias sobre si las películas de superhéroes están destrozando dicho arte o no, sería preguntarles sobre la figura de Howard Hawks. En ese momento todos dejarían de arrojarse figuritas de Batman e Iron Man para mirarse a los ojos, recordar las cosas buenas de la vida y reconciliarse en un fraternal abrazo mientras lanzan elogios a la figura del añorado director. Si no me creéis, haced la prueba un día y comprobarlo. No os preocupéis por los sujetos de prueba, en estos tiempos todo el mundo es crítico así que os bastará con coger a cualquier transeúnte que pase por la calle en ese momento.

No es para menos la magnitud de la fama que la vida y obra de Hawks retiene en el canon cinematográfico. El director de clásicos inmortales como Río Bravo, La fiera de mi niña o Scarface fue uno de los grandes artífices del desarrollo del cine y su consolidación como una de las grandes manifestaciones artísticas. El antiguo aviador convertido a cineasta dirigió obras de muchísimos géneros distintos, innovando en cada uno de ellos y experimentando con las formas y el estilo para otorgarle a cada producción una personalidad única. Y una de las grandes muestras de su genio fue El sueño eterno, adaptación de una obra de Raymond Chandler protagonizada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall que el Festival Aragón Negro, en colaboración con la Fundación CAI, emitió como parte de su Cine fórum.

Con el actor y productor Jaime García Machín como maestro de ceremonias, el acto reunió a un nutrido público que cerca estuvo de desbordar la sala. La fama del director sin duda contribuyó bastante, pero también la consideración de El sueño eterno como un clásico fundamental del género negro, una obra canónica que reúne todas las características y rasgos formales y estéticos de dicha corriente: “la ambientación nocturna, un asesinato como motor narrativo, una femme fatale en torno a la cual giran los acontecimientos…” enumeraba el conductor del acto.

Otro de los elementos más destacados del film es su banda sonora, firmada por Max Steiner. De corte clásico y prácticamente un molde a partir del cual elaborar la BSO adecuada para cualquier historia noir, su principal virtud es, en palabras de Machín, “marcar su presencia sin canibalizar la acción. Una buena banda sonora es esa que tal vez no recuerdes una vez termina la película, pero que reconocerás instantáneamente cuando la vuelvas a escuchar”. A la banda sonora se le añaden además unos magníficos diálogos firmados por William Faulkner que se convierten en el verdadero motivo para ver la cinta y el principal elemento vertebrador del relato.

Porque lo cierto es que seguir la trama de El sueño eterno es una tarea casi imposible para el espectador. Los malabares narrativos insertados la convierten en una película sumamente confusa en la que cuesta seguir el orden y sentido de los acontecimientos. Ni siquiera el propio director o el autor de la novela original sabían quién era el autor de uno de los asesinatos que aparece en el metraje. De tal modo, Machín considera que “el criminal puede ser quien tú quieras” y que no se trata de otra cosa más que de un Macguffin, esto es, un elemento de suspenso que permite que la trama avance, pero que no tiene mayor importancia para esta. Por ese motivo, el productor de Miau, recomienda verla nuevamente para reconocer detalles que en un primer visionado habrían pasado desapercibidos.

Pero el que probablemente sea el gran acierto del film es su protagonista, un Marlowe al que Bogart encarna en una interpretación sobresaliente. Si el rostro del actor ha quedado ligado para siempre al del detective duro, cínico y frío, es gracias a una perfecta interiorización del personaje que hace de su actuación algo enormemente fresco y lleno de vida. El improbable galán convirtió a su alter ego en la imagen definitiva del detective del género negro, herencia recibida por todos los que han venido después. Un personaje impoluto, ajeno a la corrupción y que siempre es capaz de resolver cualquier situación. Asimismo, Marlowe se convierte en el centro de atención de las diferentes mujeres que aparecen a lo largo de la historia sin que muestre el más mínimo interés por ellas, simbolizando “el deseo por la puerta que no se puede abrir”. El perfecto aventurero, al que nada puede impedir avanzar.

Por todo ello, El sueño eterno es una película capital en la historia del género negro, “una de las mejores de todos los tiempos” según el criterio de Jaime García Machín, y una aventura inolvidable capaz de resucitar una y otra vez, pues ningún visionado puede penetrar en su misterio. Tal vez ese sea su mayor encanto. Al fin y al cabo, ¿no es esa la belleza de los secretos, el silencio con el que nos hablan?

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